Desde el Renacimiento, o sea, desde la puesta en marcha de lo que podemos considerar la actividad política moderna, el discurso sobre la moderación – como la opción política más deseable – fue utilizado como argumento político, por parte de quienes ejercían el poder, para aplastar cualquier otra opción política que plantease avanzar en el camino de la libertad, la igualdad y la solidaridad de, entre y con todos los seres humanos. Es decir, fue utilizado como arma ideológica, arma de cuya efectividad apenas cabe dudar. Y si no, que se lo pregunten a Rousseau, a quien acusaban de pedir «lo imposible»…
Quienes utilizaban dicho argumento se situaban y sitúan a sí mismos en la «moderación», en el término medio, y se sentían legitimados para descalificar cualquier otra opción política con el epíteto de «extremista». Al asociar su «moderación» con la idea aristotélica del término medio se reforzaba el carácter ideológico y, por lo tanto, la efectividad de sus argumentos. No hay que olvidar que, pese al varapalo que reciben las ideas físicas y cosmológicas de Aristoteles al comienzo de la modernidad, sus ideas éticas y políticas no sufriran el mismo destino.
Sin embargo, la forma en que se interpretó la «moderación» en política poco – o nada – tiene que ver con la concepción aristotélica del término medio.
Aristóteles, en efecto, no interpreta esa noción como se interpretó entonces y se suele interpretar por la mayoría de la gente en la actualidad, siguiendo inconscientemente las ideologías dominantes (en el sentido de que lo mejor, y por lo tanto lo bueno, sería matenerse a media distancia entre dos opciones políticas, sociales o vitales, por ejemplo). Las ideologías dominantes sitúan en los «extremos» una serie de posiciones políticas, sin dejar claro en qué consiste estar en un «extremo» (respecto a lo justo, lo beneficioso para la humanidad en general, y para la libertad y dignidad de cada ser humano en particular).
No estaría de más, pues, recordar los orígenes aristotélicos de esa idea de la moderación, del término medio, aunque sólo sea para ver cómo se manipula por parte de las ideologías dominantes. Para Aristóteles, y esto es esencial, el término medio lo es entre dos extremos que representan dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Es importante recalcarlo: que los extremos a los que se refiere Aristóteles son dos vicios, dos formas de comportarse igualmente rechazables. Esta concepción es propia de la ética, del análisis de la conducta humana, pero no hay que olvidar que la ética es para Aristóteles una parte de la política. Sin embargo, no estaría de más hacer aquí una llamada de atención a esta extrapolación del terreno de la ética al de la política.
Otra consideración importante que hace Aristóteles al respecto, es que no hay un término medio único e idéntico para todos los seres humanos, sino que cada uno ha de descubrir cuál es su propio término medio, por lo que es fácil que lo que para unos es su justo término medio no lo sea para otros, sino que para ellos sea un extremo (y por lo tanto un vicio).
Una tercera cuestión en la que insiste Aristóteles, para que se comprenda correctamente su concepción del término medio, es la siguiente: no hay un término medio de lo que es malo, de lo que es, por naturaleza, según él, un vicio (un extremo). Por ejemplo, no hay un término medio de la cobardía, o de la crueldad, o de la gula, por poner algunos ejemplos. La cobardía, por ejemplo, es para Aristóteles un extremo, y la temeridad es el otro extremo; tanto un comportamiento como el otro son considerados, pues, malos (o viciosos); el término medio y, por lo tanto, lo bueno, la virtud, se situaría entre ambos extremos, y sería la valentía. Pero la valentía no es lo mismo para todos los humanos, porque el término medio no es una media aritmética, la misma para todos. Lo que sería la valentía para unos y para otros depende también de la naturaleza de cada cual, y podría ocurrir que un comportamiento que para «A» fuera valiente, para «B» resultara ser un temeridad, y para «C» resultara ser una cobardía.
Recurramos a un ejemplo más ilustrativo: la acumulación de riqueza en nuestro mundo. El término medio, para Aristóteles, consistiría en que cada cual dispusiese de los recursos económicos necesarios para llevar un vida feliz. Vivir en la pobreza sería un extremo (un vicio) y vivir en la opulencia sería el otro extremo (otro vicio). En el primer caso, defendiendo la pobreza, como modo de vida correcto, al no disponer de lo necesario para satisfacer las necesidades materiales de la vida, el objetivo al que todo ser humano aspira por naturaleza (la felicidad) estaría fuera de tu alcance, y sería pues una conducta viciosa. En el segundo caso, optando por la opulencia, al acumular más recursos de los necesarios estarías cayendo de nuevo en otro extremo que te alejaría igualmente del objetivo al que todo ser humano aspira por naturaleza (la felicidad), e incurrirías en una conducta viciosa. Si, además, esa opulencia la consigues a costa de mantener a otros seres humanos en la pobreza, tu alejamiento del término medio sería más acusado, ya que, además de incurrir en un vicio por exceso de acumulación de riqueza (innecesaria para ser feliz) estarías incurriendo en otro extremo (otro vicio) respecto a tu comportamiento con los demás seres humanos, al explotarlos, etc… Lo correcto, lo que para Aristóteles representaría el término medio, sería que cada persona dispusiese de los recursos económincos necesarios para llevar una vida feliz, lo que para él supone, (y así lo dice explícitamente en su obra la «Política») una sociedad economicamente igualitaria, en la que no se diesen grandes diferencias económicas entre sus miembros. Pero ¿quienes piden esto en las sociedades modernas? ¿Quiénes estarían en el término medio, según Aristóteles, respecto a esta cuestión? ¿Quienes abogan por una sociedad en la que se diluyan las diferencias económicas entre los seres humanos? Por supuesto que no los neo liberales, ni los conservadores, ni los defensores del libre mercado y de la ilimitada acumulación de riquezas personales… Estos, para Aristóteles, representarían un vicio, una conducta socialmente inaceptable.
Sin embargo, las ideologías dominantes en la actualidad, nos quieren hacer creer que esta petición, la eliminación de las diferencias económicas entre los seres humanos, es un extremo, y que la explotación, la acumulación ilimitada de riqueza por parte de algunos individuos, que se obtiene a costa de mantener a la mayoría de la población mundial no ya en la pobreza, sino en la miseria, es el término medio, es lo bueno… y que, a largo plazo, representará un beneficio para todo el mundo.
Si estos individuos o corporaciones concibiesen, aunque sólo fuese remotamente, que la actividad económica debería ajustarse a la idea del término medio, distribuirían sus beneficios económicos de otra manera. Pero no es así. Porque no están en el término medio, sino en uno de los extremos a los que se refiere Aristóteles: la avaricia, la opulencia… que lleva, por ejemplo a que más del 50% del total de la riqueza mundial se halle en manos de menos de 300 personas…
Esas ideologías dominantes, por ejemplo, una vez estrapolada la idea de la «moderación» al terreno de la política, nos llevan a pensar que quienes piden justicia, igualdad, solidaridad, se sitúan en un extremo (y por lo tanto son «malos») y que deberíamos conformarnos con un poquito de justicia, un poquito de libertad, un poquito de solidaridad (y así seríamos «buenos», estaríamos en una posición intermedia entre la libertad absoluta -¿pero qué es eso?- y la ausencia absoluta de libertad). Lo que las ideologías dominantes presentan como un caso extremo de libertad (y por lo tanto como un vicio), por ejemplo los movimientos libertarios, no tienen nada que ver con la realidad de tales movimientos, ni con las ideas en que se inspiran, ya que todos los movimientos libertarios se inspiran en la idea de autogestión, o sea, de un orden regulado que garantiza la solidaridad y la libertad de todos los seres humanos… lo que excluye la idea de que yo puedo hacer «absolutamente» lo que me de la gana. No hay ninguna concepción «extrema» de la libertad en esas ideas, sino la búsqueda de la justicia social y de la igualdad entre todos los seres humanos… Y sin embargo, cuando nos dicen que eso es un extremo, nos lo tragamos…
La idea de «moderación» que manejan las ideologías dominantes, no tiene nada que ver con la idea original de Aristóteles del término, como se puede observar. Convertir a quienes luchan por la justicia social en «extremos» y, por derivación, a sus defensores en «extremistas», no es más que una estrategia ideológica para evitar que las ideas asociadas a la de justicia social prosperen y se difundan entre la mayoría de la población: es una extrapolación, una perversión deliberada de la idea aristotélica del término medio, que no tiene otro objetivo que la pervivencia de la injusticia social y la acumulación ilimitada de riqueza por todos los medios posibles…
Al oponer el autoritarismo al libertarianismo, por ejemplo, se es víctima de esa misma concepción ideológica del término medio, de la idea de moderación. ¿Por qué? Pues porque esas dos posiciones son dos opciones que se han desarrollado históricamente respecto al tema de la libertad, por ejemplo, pero no son los dos extremos en que podemos situarnos respecto al tema de la libertad. Creer que matenerse a medio camino entre una y otra posición es lo correcto nos induce a error, porque en el anarquismo no hay una concepción «extrema» de la libertad, sino una concepción distinta a la de los burgueses respecto a cómo se debe realizar la libertad en una sociedad -democracia directa versus democracia parlamentaria, pero no descontrol-, si nos atenemos a la idea aristotélica del término medio.
La extrapolación del arsenal conceptual de la ética aristotélica al terreno de la política ha permitido durante siglos interpretar la actividad política, que es una actividad social, colectiva, en términos que sólo son aplicables al comportamiento individual y en cuestiones que se refieren al comportamiento individual. Tomar como referencia el arsenal conceptual ético para determinar el exceso y el defecto (lo más y lo menos) en política es un grave error. Ningún análisis político realizado desde estos supuestos puede reflejar coherentemente la realidad política. Pero es lo que le interesa precisamente a la ideología. Si en ética el exceso puede ser, sin demasiados problemas, asociado al «más» de algo y el defecto al «menos», o incluso al «nada» de algo, en política el exceso y el defecto no se corresponden con el «más» de algo y al «menos» de algo (de la libertad, pongamos por caso: «más» libertad no tiene nada que ver con un extremo, sino con una sociedad más justa, o sea, que pedir más libertad no convierte a la libertad en un vicio por exceso, sino simplemente en la determinación de lo que es justo).