La bestial ofensiva del mercado en los últimos 30 años no deja ya dudas sobre el acierto de quienes asociaron las características del mercado con la pérdida de las libertades civiles y la vil sumisión de los Estados a los intereses económicos mas abyectos y oscuros, con la consiguiente desaparición del Estado de derecho, de modo que la vida se iría disipando en los circuitos de la mercancía, la sociedad escenificando sus miserias en las grandes superficies comerciales y el individuo convirtiéndose en un obligado consumidor de novedades inútiles, clonándose a sí mismas, absorbiéndole en una fuga acelerada hacia ninguna parte.
La aparición de internet hizo pensar a algunos/as que, al menos, se generaba un espacio virtual en el que se podrían ejercer las libertades -aunque sólo fueran virtuales- y reinventar a través de las redes sociales, por ejemplo, la vida comunitaria, también virtual, (proscrita ya de la cultura, de las calles y de los propios «hogares»). Creían poder conservar el inofensivo derecho a intercambiar sus libros con sus amigos y amigas, su música preferida, sus jugetes, simplemente por compartir; o con desconocidos/as que manifestaban los mismos gustos, para hacer nuevos amigos/as, como se había hecho desde siempre.
Ángeles González-Sinde, Ministra de Cultura, ha venido a sacarles, con horror, de su error.